En lugares donde era difícil infiltrarse como, por ejemplo, los castillos enemigos, se empleaban mujeres ninja (kunoichi). Allí vivían como sirvientas y mientras fingían dedicarse a las labores de limpieza podían espiar y robar documentos o recopilar información escuchando conversaciones. Cuando traían sus pertenencias desde fuera, también podían infiltrar a un compañero. Una kunoichi además podía aprovecharse de sus “armas de mujer” para aproximarse a su objetivo y sacarle información gracias a sus dotes para la seducción. Un arma típica de las kunoichi eran las horquillas para el pelo (kanzashi), que podían llevarse cómodamente sin levantar sospechas y que incluso servían como receptáculo para papel y pincel con los que escribir mensajes. A decir verdad, las kunoichi no se disfrazaban ni tomaban parte en acciones violentas. Más bien desempeñaban la importante misión de apoyar desde la sombra a sus compañeros masculinos. Shingen Takeda, considerado como el señor de la guerra más fuerte de la era Sengoku, tenía un famoso grupo de kunoichi a su servicio. Se dice que escogía a las niñas de mejor apariencia entre las que habían sido abandonadas o habían quedado huérfanas por la guerra y las entrenaba en las artes ninja. Cuando crecían enviaba a varios cientos por todo el país como sacerdotisas para que realizaran tareas de espionaje.